Parece algo sencillo orar y dirigir algunas palabras a nuestro Padre Celestial, sin embargo, no es algo sencillo, no son solo palabras, se necesita una rendición completa.
Un joven oficial de marina que fue tomado como prisionero, fue llevado ante el comandante de la escuadra vencedora y le extendió la mano aún con la espada pendiente en su costado.
El vencedor no podía aceptar ningún saludo si la rendición no era completa.
La base de toda oración es la sumisión completa de nuestras vidas a la voluntad de Dios. Sin duda alguna, no es algo sencillo, pero no podremos orar de verdad si no hacemos una entrega completa de nuestro ser al Señor.
Incluso Jesús, en el Getsemaní, sometió su voluntad a la de su Padre.
Él se adelantó un poco más y se inclinó rostro en tierra mientras oraba: «¡Padre mío! Si es posible, que pase de mí esta copa de sufrimiento. Sin embargo, quiero que se haga tu voluntad, no la mía»
Mateo 26:39 (NTV)
Si Él sometió su voluntad a la del Padre, nosotros no podemos pretender presentarnos ante el Señor sin rendirnos completamente.
Sin duda alguna, no es fácil someter nuestra voluntad a la de Dios. Siempre deseamos que las cosas sean a nuestra manera, queremos que el Señor cumpla todos nuestros anhelos y que no nos mande más pruebas.
Pero lo cierto es que nuestros deseos y nuestros planes nunca serán mejores que los suyos y que si queremos agradar a Dios y si realmente rendimos nuestras vidas a Él, esa rendición debe ser completa, se necesita más que solo palabras.
Que nuestra oración sea la misma del salmista:
Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios. Que tu buen Espíritu me lleve hacia adelante con pasos firmes.
Salmos 143:10 (NTV)